Geointeligencia

Geocrimen

Geointeligencia es un término acotado para "Inteligencia Geográfica". Este término fue originalmente acuñado dentro de las áreas de inteligencia militares y de seguridad nacional. Su auge viene unido al rápido y fuerte desarrolllo de la geomática, los sistemas de información geográfica (SIG), el manejo computacional de sistemas integrados de datos (Big data), las técnicas de minería de datos, y las técnicas de modelación y simulación geoespaciales.


Dentro del sector académico, la geointeligencia es considerada transdisciplinar en cuanto a que desde perspectivas de complejidad como la sistémica, en donde el todo es más que la suma de las partes y en donde ese todo crea cualidades emergentes, junto con nociones de autoorganización y los autómatas auto-organizados, y el principio de generación de orden a partir del ruido (en este caso de datos), realiza análisis computacionales avanzados de datos geoespaciales para proveer información estratégica y táctica abocada a la toma de decisiones (Chapela, 2017; Espina, 2007). Recordemos que la transdisciplina es un esquema de investigación que incluye múltiples disciplinas no organizadas jerárquicamente (a diferencia de la interdisciplina), y que se enfoca en problemas compartidos por ellas y en la contribución de actores fuera del ámbito académico (Instituto de Ecología, 2017).


La geointeligencia aplicada al estudio del delito no surge en un vacío teórico y puede utilizarse para la prueba estadística de hipótesis. Los principales fundamentos teóricos de la aplicación de la geointeligencia en el estudio del crimen y la violencia se encuentran en (1) las formulaciones modernas de la teoría de desorganización social (ej. cohesión social y control social), (2) teoría de actividades rutinarias, (3) elección racional y (4) patrones criminales, entre otras (Vilalta, 2012). De manera muy resumida, las formulaciones modernas de la teoría de desorganización social predicen que lugares con muestras de descuido, bajos niveles de cohesión social y escasez de controles informales de comportamientos locales, reducen el autocontrol local impulsando así comportamientos antisociales y delictivos. La teoría de actividades rutinarias explica que las tres condiciones para la comisión de un delito son la presencia de un delincuente motivado, un objetivo (target) adecuado sobre el que delinquir, y la falta de vigilancia sobre tal objeto. Visto que los niveles de cada una de las condiciones previas son espacialmente variables, las ciudades poseen espacios con más delincuentes motivados, más objetivos adecuados y niveles más bajos de vigilancia que otros, los cuales constituyen “puntos calientes” (hotspots) del delito de robo de vehículos y otros delitos. La teoría de elección racional ayuda a comprender la toma de decisiones de los delincuentes, la cual parte del cálculo de costo-beneficio en función de cinco variables: tiempo disponible, nivel de información, contexto socioespacial, habilidad delictiva y experiencias previas. Dado que estas variables pueden constituir una geografía de la oportunidad criminal, esta teoría contribuye importantemente al estudio geointeligente del delito. Finalmente, la teoría de patrones criminales hace una integración de las teorías de actividades rutinarias y elección racional, sosteniendo que los delincuentes crean mapas mentales y eligen sus objetivos principalmente en espacios conocidos y sobre la base de comportamientos espaciales repetitivos y no aleatorios. Esta teoría permite así crear perfiles criminales geoespaciales y fundamentar predicciones de eventos delictivos futuros por tipo y para cada unidad de análisis geoespacial.


Es por todo lo anterior, que los fundamentos teóricos de la geointeligencia frente al crimen y la violencia se sostiene de forma transdisciplinar en la criminología, la sociología, la economía, la antropología, y los estudios urbanos. Lo hace porque factoriza (es decir, no solamente suma) el análisis de la estructura física y social de las ciudades y los procesos de cambio socioespaciales que tienen efectos importantes en la actividad delictiva (ej. segregación, marginación, estructura familiar, desigualdades, desunión comunitaria, etc.)


En el contexto latinoamericano, el uso de la geointeligencia en la prevención del delito, policiamiento y en las labores de seguridad pública en general, no es algo nuevo pero sí muy reciente y prometedor (Martínez y Chapela, 2009). Tres ejemplos los tenemos en (1) la integración de un laboratorio de geointeligencia en la Secretaría de Seguridad Pública en la ciudad de México (Martínez, 2009, 2010; Martínez et al. 2013), (2) el desarrollo de un laboratorio y sistema geointeligente de extracción, análisis y visualización de información para la prevención del delito y la seguridad pública en Yucatán (Gobierno del estado de Yucatán y Conacyt, 2016), (3) el convenio para el análisis geointeligente del delito en la ciudad de México, elaborado por la Secretaría de Seguridad Pública en la ciudad de México y la organización de la sociedad civil México Evalúa (2017) y (4) en el desarrollo de un tablero de control del crimen y modelo criminológico en convenio con el Observatorio de Estudios sobre Convivencia y Seguridad Ciudadana de Córdoba, Argentina, dentro de la iniciativa Ciudades con Futuro (CcF) dirigido y auspiciado por el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) (2020-2021). En todos estos casos, la geointeligencia realiza una articulación inteligente de información para la toma de decisiones preventivas y labores policiales.


En Geocrimen haremos uso de todas las posibilidades que nos ofrece la geointeligencia. A través de la explotación masiva de datos, sus capacidades de visualización y de modelación geoespacial, desarrollaremos capacidades predictivas sobre la base de técnicas de análisis predictivo retrospectivas y prospectivas.